Cuando hace un millón de años lo conocí no supo el Barón de Munchhausen despertar mis simpatías. Era un señor algo mayor, más en todo caso que los seres ficcionales con quien uno estaba acostumbrado a tratar, y aunque lucía un hermoso bigote, sus modos algo vulgares, su peluca empolvada, su uniforme de militar de opereta y cierta zafiedad teutónica más intuida que expresa hacía aflorar al rostro una mueca de desconfianza y rechazo. Al revés de lo que ocurría con cualquier otro personaje de los cuentos de hadas.
Y es que el Barón, por más que así pretendiesen los editores una y otra vez, nada tenía que ver con las criaturas feéricas con que se empeñaban en hermanarle. Lejos del absurdo, de la maravilla o de la libre fantasía, era un borrachín embustero cuya estirpe estaba más cerca de Quijotes y Gulliveres que de las brujas y ondinas al uso. Un injerto contra natura en un universo infantil que no es el suyo. Comprenderlo es importante para empezar a apreciarlo.
Para colmo la adaptación germana de 1943, tan del gusto de Joselito Goebbels, parece tener miedo al fantástico de verdad y resulta a la postre envarada y decadente, incapaz de emocionar por más visitas a la luna o al Gran Turco que haya por medio. Debo a Nuestro Padre Karel Zeman y su visionario filme de 1962 El Barón Fantástico el conocimiento de la verdadera naturaleza de este aristócrata tronado y delicioso. Vive Munchhausen en una Europa soñada, demasiado deudora de la cosmovisión dieciochesca para que el niño del siglo XX, y no digamos del XXI, pueda apreciar sus notables méritos.
Karel Zeman fue el primer desvelador, pero don Alejandro Coll con sus fabulosas ilustraciones de esta versión de Molino de 1942 -año en que lo alemán está en España más de moda que nunca- es el segundo. Su estilo clásico que tanto admiro -vean sino AQUÍ una pasada loa a su arte directo y pulposo- capta como ninguno el aire falsamente realista que la narración precisa. Monstruos colosales, dioses olvidados, seres importados de las Mil y Una Noches, leviatanes y gigantes resurrectos por su trazo redimen por fin al incomprendido Barón: un habitante de pleno derecho de ese universo que dicen irreal en el que algunos residimos tan a gusto arropados por dulces quimeras…
Creo que aunque viviera mil años, jamás entendería ciertas cosas. De hecho, no las quiero entender por si me convirtiera en alguien como quien se las inventa. ¿Vamos a ver, porqué ha pensado nadie jamás que a un niño le va a gustar un libro sobre anécdotas de caza y bromas sobre temas bíblicos y mitológicos? ¿O que le va a hacer gracia una parodia del «tema de Venus y Vulcano» cuando por sus (naturalmente) pocas edad y erudición es improbable que conozca siquiera el original e imposible que esté familiarizado con él?
Me imagino que por las mismas razones por las que se considera a Verne un autor apto para el público infantil, cuando es absolutamente necesario preparar ediciones abreviadas y simplificadas para dárselo a conocer a los niños (e incluso a la mayoría de adultos)… Y cuando no hay lector, salvo los muy interesados, que aguanten tres o cuatro páginas sobre el poder fulgurante del algodón pólvora o sobre los peces abisales…
Y esto por no hablar de Mark Twain o de Conan Doyle…
…Y no digamos don Miguel de Cervantes, del que tanto tiempo me mantuvieron alejado los intentos grotescos de convertirlo en personaje infantil… Es en efecto un colosal sinsentido que logra por lo general el efecto contrario al deseado: espantar para muchos años la curiosidad de hacerse con la obra original, reducida en absurdas adaptaciones a papilla insulsa e indigesta… ¡Pobre Verne, pobre Swift, pobre Mark Twain… y pobre Munchhausen!
Siento disentir, pero a mi con diez u once años me regalaron una edición con las celebérrimas ilustraciones de Don Gustavo Doré y las disfruté como el enano que era en aquel entonces. Un hombre que planta cerezos a escopetazos en la frente de ciervos, hace explotar osos y mil barrabasadas más, música en mis oídos.
Suerte envidiable descubrir al Barón de la mano de Doré… Afortunado usted, que desde crío pudo incorporarlo a su panteón; yo no lo hice de corazón hasta mucho más tarde, ciego que estaba…
Supongo que es la edad lo que permite ver, a parte del valor puramente lúdico, el valor artístico y el encanto. Sobre todo el encanto, para lo cual hay que tener una sensibilidad especial.
Esa sensación indefinible que convenimos en llamar encanto se reconoce más que se razona; para seres como nosotros está oculta en extraños rincones de un pasado que se quiere irreal y fantástico, aumentadas las dotes de sus objetos por esa especie de energía oculta que es el susodicho encanto…
Existe el curioso «síndrome de Münchhausen», llamado así en honor a tan fantasioso personaje, que hace exihibir al paciente toda suerte de abigarrados síntomas, inclasificables dentro de la ortodoxia médica; busca así tal vez una llamada de atención. Más curioso aún es el «Münchhausen por poderes», que una histriónica madre volcará sobre su infante, cuyo pediatra encontrará absolutamente sano; semejante respuesta no gustará a la progenitora, que buscará a otro galeno que dé crédito a la bizarra historia de alopecia (provocada por ella misma con tracciones capilares), frío en pleno verano (con análisis tiroideos normales), o una supuesta tos que solo existe en su mente.
…los misterios de la mente humana, como diría un folletinista…
¡Ah, pero cuanta imaginación teutónica poseían esos conquistadores y descubridores germánicos de antaño sobre tierras incógnitas de allende los mares de Deutschland!…
..teutón, aristócrata, mentiroso y borrachín… un modelo de europeo, sí señor!
Hace poco vi en la Filmo de Girona la versión de la UFA de 1942 en unos maravillosos colores restaurados. La escena del barón montado sobre una bala de cañón es inolvidable.
Las ilustraciones de Coll son muy buenas, se nota la influencia de otros clásicos como Junceda.
Saludos. Borgo.
Sin embargo la de la UFA tiene para mí un aire crepuscular que le resta magia, y eso que el actor es excelente… lo que no ocurre con Baron Prasil de Karel Zeman, que es prodigio en colorines de cabo a rabo…
Manía de rastrear presumibles ecos.
Alexandre Coll inventaba por su cuenta.
De acuerdo con M Zueras, está claro que Coll inventaba por su cuenta, pero la ilustración del barón con sus piezas abatidas podria pasar por Junceda sin ningún problema.
Me sorprende que nadie mencione la maravillosa versión de Terry Gilliam
De acuerdo, será muy moderna para el gusto del desvan, pero es magnifica, con todo el encanto de cualquier produccion de las antiguas… y con Uma Thurman inolvidable
Debo confesar que en mi ignorancia no recuerdo haber visto la moderna de Gilliam… eso de que se parezca a las antiguas, aunque no lo creo del todo, me levanta las ganas de hacerlo. Me voy a la mula a ver si la tiene disponible…