Archivo mensual: julio 2015

UN FU MANCHÚ ESPAÑOL

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Sí, nietales: aunque les parezca mentira, Fu Manchú es español. Y desde hace mucho tiempo, no se crean. Todo el mundo conoce que fue San Sax Rohmer quien crease al Tres Veces Doctor; lo que no es tan sabido es la peripecia del perverso mandarín en la España de la dictablanda,  la república  y la dictadura, que hasta que no vino la Transición no fue posible extirpar de la península tan perniciosa semilla. Repaso completo de las andanzas de Fu en estas tierras viene en el colosal «Superhombres Ibéricos» -ese libro que todos ustedes deben adquirir sí o sí-; traigo hoy acá la más afortunada de las encarnaciones del chino en España, acaecida en 1934 en una breve colección de folletines -o pulp, si prefieren el barbarismo- publicada por Editorial Fénix.

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 Textos anónimos, que ni hoy sabemos quién fue el autor, dibujos firmados por un tal Esteban que piadosamente calificaremos de brutos y salvajes. En consonancia, este Fu es tipo poco refinado, lejos de la majestad que destila en las novelas originales. Se mueve en petit comité, acompañado por su inseparable Mustafá, un moro monstruoso que no para de hacer diabluras mientras repite ¡Kif, kif! una y otra vez, como reclamando su ración de psicotrópico. Nuestro mandarín español es harto más basto que el británico, y gusta ejercer en persona crueldades y torturas que en los textos de Rohmer delega en sus secuaces. Célebre es el episodio en el que ataviado de tuareg se entretiene sacando los ojos con un puñal a toda una columna de soldados franceses, no parando la faena hasta que el brazo ya no le da más de sí.

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Nadie espere encontrar aquí al doctor Petrie y Nayland Smith, tradicionales némesis del uñilargo asiático. Un detective nipón que responde al improbable nombre de Jap Kung y un aventurero español de buena familia llamado Carlos Laurel serán quienes se encarguen de arruinar sus planes. Que dicho sea de paso, son un prodigio de inventiva y felicísimos disparates: construir en pleno Londres un templo donde un sabio loco crea monstruos ayudado por un extraterrestre malo a quien persigue uno bueno, ambos más feos que Picio; utilizar para matar a sus enemigos un buda vampiro, engendro de colosal cabezón que aunque no pueda ni andar acaba con cuanto bicho viviente se cruza en su camino; criar ejércitos de monos fumadores que con sus colillas incendian por encargo valiosas instalaciones petrolíferas… Un festín genuinamente loco que rara vez se da con tanta prodigalidad en el pulp ibérico.

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Mas no eche nadie las campanas al vuelo creyendo estar, como me pasó a mí, ante un genio ignorado del folletín patrio: varias novelas he localizado que son descarados plagios -cuando no copias directas- de sendos títulos del ínclito Harry Dickson. La Voz sin cabeza es refrito de El camino de los Dioses, de San Jean Ray; a Las estrellas de la muerte ni siquiera se han molestado en cambiar el título: solo el nombre de Fu Manchú sustituye al del villano original. Y es más que presumible que lo mismo ocurra con al menos varios más de los doce títulos que componen la colección… Genio español sí, pero de la trampa, la fullería y la caradura, vicios que tan familiares nos son. Lo que, en el fondo y dado lo aberrante de mis gustos, no hace sino añadir encanto a la serie…