Archivo mensual: abril 2014

The Drums of Jeopardy

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THE DRUMS OF JEOPARDY. Director: George B. Seitz. Con Warner Oland, Mischa Auer, Clara Blandick, June Collyer. USA, 1931

Anda el ojo tan acostumbrado a catar fotograma que a menudo nada más empezar un filme ya sabe él solito si la experiencia va a merecer la pena. Aparece tras preciosos títulos de crédito un señor entre erlenmeyers y probetas, respirando vapores mefíticos, ataviado de lucida máscara de gas e instalado entre potentes aparatos de los que dan  chispazos y arcos góticos de los que tanto gusta cualquier científico que se precie: siendo como es de los años treinta, con semejante comienzo la película NUNCA puede ser mala!

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Si además el rostro tras la máscara pertenece a Warner Oland, aquel emigrante sueco llegado a Norteamérica para vivir existencia de chino impostando a Fu Manchú o Charlie Chan, el interés del cinéfago está más que asegurado. No digamos cuando la cámara nos revela que el nombre del personaje es nada menos que Boris Karlov!!… un adicto como yo al cine de penumbra y telaraña no puede sino estremecerse de puro gusto.

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Vive el buen doctor Karlov en la Rusia presoviética, y esa es la raíz de sus males: su cándida hija es burlada por un aristócrata calavera, lo que le conduce al suicidio. Karlov, muy enfadado como es natural, jura venganza sobre el culpable; como no sabe exactamente quién es, uno a uno irán muriendo todos los hombres del clan enemigo. Le ayuda en tal menester una maldición familiar de aquellas que solo las clases altas pueden permitirse, relacionada con las cuentas de un collar que señalan cada uno de los asesinatos. Plebeyos contra privilegiados de aquellos que pasan su vida en banquetes y francachelas vestidos de uniformes de chorrera y condecoración, su vida cambia cuando todos se ven obligados a abandonar Europa perseguidos por la furia bolchevique.

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Es The Drums of Jeopardy magnífica serie B, policial de misterio y amenaza trufado de aromas góticos muy en la onda pulp de su momento, cuando inspectores y detectives daban cada dos por tres con enigmas sobrehumanos mientras recorrían callejas equívocas y mansiones encantadas según ordenaba la moda impuesta por el hoy olvidado Edgardo Wallace. Refinados crímenes, secuestros sádicos, gorros de piel de cosaco y un Mischa Auer con bigotillo y tímidos modales contribuyen a animar una acción de impecable ritmo, de aquellas que no dan tregua al agradecido espectador.

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Cine hecho de noche y niebla, con una fotografía hermosa y una puesta en escena precisa y sombría a la que poco, muy poco puede reprochársele. El profesor Karlov deviene arquetípico mad doctor, fabricante de gases mortales en una guarida provista de calabozos privados y sótanos de los que se inundan de agua a voluntad. Gusta de aparecer con el rostro iluminado desde abajo , lo que es recurso dramático siempre de agradecer, mientras lanza a menudo estentóreas carcajadas que le aportan una grandeza en el mal muy superior a la conseguida en sus  anteriores encarnaciones como Fu Manchú (de las que ya les hablé AQUÍ). Filme ejemplar, puro festín de pronunciado sabor años treinta, de los que dejan aquel regusto tan agradable en el paladar de cualquier enamorado de lo que ustedes, pipiolos, gustan llamar viejuno… a poco que puedan háganse un favor y no se la pierdan!

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Tarzán en Argentina

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¡Estoy, nietales, que no quepo en mí de gozo! La mayoría de ustedes sabrán de la devoción que entre estas cuatro paredes se siente por Tarzán, la feliz creación de don Edgardo R. Burroughs. Mito ingenuo, sincero, simple como un botijo y para algunos antipático, no puedo evitar caer en las redes de su fascinación. La selva de juguete trufada de fieras, salvajes y civilizaciones perdidas se incorporó desde bien temprano a mi ADN y frecuentarla de la mano del más famoso Hombre Mono me proporciona invariablemente un gusto primordial.

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Devoradas paso a paso las veinticuatro novelas originales, archiconocidos los tebeos de Foster y del último clásico, Russ Manning; frecuentadas las viriles versiones gráficas del señor Kubert, solo me quedaba por saborear, ay, las versiones apócrifas del personaje realizadas en la Argentina de los años treinta y editadas por la célebre casa  bajo el fantasmagórico sello de J. C. Rovira, responsable de tantísimos títulos apetecibles en aquella otra orilla del charco. Los rumores apuntaban a que su calidad y sentido de la maravilla poco tenían que envidiar al del señor Burroughs, mas la dificultad de acceder a ellos y los altísimos precios que solicitan habitualmente los chupasangres habían provocado que, perdida toda esperanza, mis ansias de conocimiento fuesen a dar al pozo de los deseos marchitos.

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Obra son, al parecer, del escritor Alfonso Quintana, que figuraba como traductor; numerosas, se dividen en varias series pobladas por cíclopes, árboles devoradores, caníbales varios, faraones extraviados y otra de la fauna habitual de la tan querida África de mentiras. Pinchando AQUÍ encontrará el curioso amplia información de la mano del supersabio argentino don Carlos Abraham, harto más versado que yo en la materia.

La cosa es, y de ahí el motivo de mi alegría, que las novelas de marras están siendo editadas en España desde el año pasado (¡¡y yo sin enterarme!!) en precioso formato, con las bellas cubiertas a tres tintas originales de Mendía y un texto repicado limpio y claro que hasta mis cansados ojos leen sin dificultad. Don Jorge Tarancón, ese inigualable  heraldo del pulp custodio de tesoros inmensos que del modo más generoso pone al alcance de los vulgares mortales, se encarga de editarlos y distribuirlos, lo que le aproxima a ojos de este anciano a la Santidad… y para colmo a un precio más que popular, acorde con  tiempos tan menguados como estos!!. No sé lo que harán ustedes, yo pienso pasar esta Semana de Pasión junto al Tarzán porteño. Ávido estoy de contarles como irá esta peripecia…

PORTADA 06

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El genio negro de Summers

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No es la primera vez que se lo digo: si por algo estoy contento de habitar este lugar que me ha tocado es por el sentido del humor negro, irreverente y descreído que constituye, como gustan decir los teóricos nacionales, hecho diferencial.

Reírse hasta de su sombra, poner en solfa todo y no creerse nada de puertas para dentro es de las pocas libertades que los habitantes de esta sufrida península han podido gozar a lo largo de su historia. Aunque sea por lo bajinis y sin que la autoridad competente se diera cuenta. Miren, miren qué bien la retrata nuestro invitado de hoy:

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Fue don Manuel Summers eximio representante del humor negro y escéptico que tanto nos adorna. Director de cine capaz lo mismo de rozar el cielo con tres obritas maestras hoy casi secretas (La niña de luto, Juguetes rotos y Urtain, el Rey de la Selva o así) que de hundirse en abismos de atroz vulgaridad. Es el peligro que tiene el amor por lo popular, por lo espontáneo, por el lado salvaje de lo español.

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Es la comicidad del artista en las páginas de aquel Hermano Lobo que tanta salsa brava aportase en el tardofranquismo un poco de taberna, de barra, de vinito compartido. Dicho sea con el mayor de los respetos, que soy persona que adora el ecosistema hostelero, devoto de mostradores y amigo de tertulias y francachelas. Humor que no conoce ni límite ni padre ni madre, del de antes de que la foránea peste de lo políticamente correcto infectase a las nuevas generaciones de españolitos, ahora tan deseosos de aparentar haberse deshecho del pelo de la dehesa.

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No quiero ni pensar la de denuncias de toda clase de colectivos defensores del desfavorecido que le caerían hoy a don Manuel con esta manía que tiene de reírse feroz de nuestras roñas más íntimas. Con sorna, con amor y escepticismo, como debe ser. Que nunca fue acomodaticia la verdadera sabiduría. Lo que no está reñido con el disfrute, ya lo saben ustedes, y más cuando va de la mano de genios iconoclastas como el de este Manolo Summers grandioso y olvidado…

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