Archivo mensual: octubre 2013

Candelabros, decrepitud y mozas en camisón

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Se acerca Jalogüin y yo, que hasta hoy he resistido su avance como gato panza arriba en nombre de Nuestros Fieles Difuntos, no tengo más remedio que sucumbir, agotadas las menguadas fuerzas. Al fin y al cabo por impostada que sea es celebración que cultiva la cosa del terror y sus iconos a los que tanta devoción se profesa en esta casa. Así que para sumarse a la fiesta nada mejor que desempolvar una colección de cuentos de miedo de la época heroica, de cuando no existía Valdemar ni Alianza había descubierto a Lovecraft, aquellos sesenta  de por aquí en los que leer goticismos era considerado más inculta excentricidad que otra cosa.

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Una vez más fue Molino, que no siendo la mejor es la más querida de mis editoriales, quien se encargó contra viento y marea de divulgar en su Biblioteca Oro Terror autores capitales como Algernon Blackwood, Le Fanu, Conan Doyle Padre e Hijo, E. F. Benson, Bram Stoker, May Sinclair o Edgardo Poe junto a otros modernos del calibre de Roberto Bloch -uno de sus favoritos, que no de los míos- y otras firmas de los contemporáneos pulps americanos del género. Servidos por una estética que por alejada de los patrones de los Sagrados Años Treinta siempre había visto demasiado moderna para asomarse a este Desván… hasta hoy, que les pillo su punto y todo con ese horror de camisón, señor feúcho y chica gritando en la noche. Hay que ver qué piadoso es el paso del tiempo.

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Esas rotulaciones temblequeantes, ese pincel abocetador y descuidado tan propio de la época -representado aquí por Noiquet, autor de cientos de cubiertas de pulp correctas y anodinas-, esos viejos acechando jovencitas, esos resabios del policial encastrados en una colección que ha de tardar en encontrar su camino; ese fauno, ese muñeco asaeteado, esas bellezas sesentonas en alarido congelado, esos títulos sinceros y orgullosos, esa contención temática ante la deriva sanguinolenta y explícita del horror que trajeron los setenta, esa selección de textos anárquica y tantas veces exquisita: todo contribuye a realzar su encanto.

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Horror clásico, horror moderno, horror de calidad y horror de a peseta: todos encuentran cómodo asiento en el pulp. Otro día traeré por aquí algunas colecciones más de aquellos años ignorantes y ávidos de sapiencia, ese tardofranquismo que ha dado en llamarse, tan ceniciento y voluntarioso en lo que a cultura popular de la que nos gusta se refiere…

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Antología de la Historieta Condensada

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Me parece, ya me lo confirmarán ustedes que tienen la cabeza más clara que yo, que fue Gracián quien dijo aquello de Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Ahora que tebeos -perdón, novelas gráficas- y novelas de las de  letra solamente son consideradas poco menos que nada si no se despachan con tropezientas mil páginas y las películas duran más que las pilas del conejito, no está de más recordar el atinado elogio a la concisión de don Baltasar.

 Para ilustrar el dicho con el ejemplo traigo hoy esta exigua -hay que ser coherentes- Antología de la Historieta Condensada. Amante que soy de lo mínimo, no puedo sino elogiar esa auca de King Kong, que en una sola plancha y encima en verso cuenta de cabo a rabo el filme sagrado. Es obra de Josep Alloza, uno de los que tuvieron que marcharse de España a la fuerza, publicada en Boliche, un tebeo de Sanxo Editor, en fecha incierta entre 1933 y 36.

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Auca que no renuncia a la palabra, como sí hace en proceso depurativo esta asombrosa versión silente de Rebeca realizada en 1939. Triunfo de la historieta como lenguaje, sabiduría gráfica a porrillo y escuela de aprendizaje de elipsis y secuencias, es obra de Milt Gross, un titán de la Generación Pionera autor de toda una novela gráfica de las de verdad, He done Her Wrong: The Great American Novel and Not a Word in it – No Music Too ¡Un serial mudo de más de doscientas páginas del que prometo tenerles al corriente, pues en estos momentos viaja desde Texas hacia las temblorosas manos de este anciano!! ¡Hallazgos de este calibre no se dan todos los días!!

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Alloza sintetiza, Milt Gross prescinde del verbo. Un paso más allá va esta versión de Una avanzada del progreso, el relato de aquel Conrad marino y fatalista. Doce viñetas del venerable Micharmut (por AQUÍ a su Teatro Eléctrico) publicadas a finales del pasado siglo en Nosotros somos los muertos  que capturan a la chita callando esencia y sentido del libro de don José sin necesidad de sustraerle una sola de sus imágenes. Pela que te pelarás, la historieta ha quedado sin cáscara, lista para su perfecta degustación…

Las almas perdidas de Stanley Ridges

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Tal vez los menos enfermos de celuloide entre ustedes no sepan así, de primeras, quién es este señor Stanley Ridges. Ilustre secundario de Hollywood, si quieren saber más de él váyanse a imdb y otras páginas semejantes, que bastante larga ha salido esta entrada para encima andar incrementándola.  Yo lo traigo hoy al Desván por ser estrella de uno de los ciclos de cine de miedo más desconocidos de los años treinta y cuarenta, un subgénero olvidado, el de las Almas Errantes.

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Espíritus inquietos que se resisten a morir, y que de una u otra forma se posesionan del cuerpo de un vivo obligándole a matar, porque tales almas pertenecen, invariablemente, a asesinos sin piedad…. De productora en productora, sin protagonista fijo, cinco realizaciones con este argumento se repiten a lo largo de algo más de diez años. El meollo, pese a lo múltiple de sus formas, es siempre el mismo. Y sus modos fílmicos, también.

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Horror que desdeña las sombras góticas, precisamente cuando atraviesan su época de mayor auge. Historias de ultratumba contadas según las claves icónicas del cine negro, que anticipan con su naturalismo fantástico el próximo ocaso de los monstruos. Referencias que traen ecos del mundo de espiritistas, médiums y videntes, tan del gusto de San Tod Browning en sus años mudos. Como aquellas, también esas películas tienen componentes enfermizos, derivados de un sentido del miedo que tiene mucho que ver con lo religioso, asunto que toca entresijos muy profundos y es capaz de despertar terrores atávicos.

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La más mentada entre ellas, qué duda cabe, es Black Friday (1940), una producción de la Universal que se anuncia protagonizada por Karloff y Lugosi al alimón, cuando en realidad el pobre húngaro apenas aparece y la verdadera estrella es el ninguneado Stanley Ridges. Soberbiamente fotografiada, con uso dramático de las sombras y perfecto ritmo narrativo, está dirigida por Arthur Lubin, un hombre curtido en la serie B que ese mismo año realiza otras cuatro títulos más, antes de firmar para la productora la fallida   adaptación de El fantasma de la Ópera (1943) protagonizada por Claude Rains. El guión es de Curt Siodmak, un señor que no debiera necesitar presentación puesto que es el escritor que se halla detrás de de más de dos docenas de clásicos del fantástico, entre otros El Hombre Lobo (1941) y El cerebro de Donovan (1953). Toda una garantía.

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Un comienzo impactante, en el que Boris es conducido a la silla eléctrica, da lugar al flash back que constituye la acción. El poseso es aquí un pacífico catedrático de literatura –Stanley Ridges– quien víctima de un accidente de tráfico es intervenido por Karloff. Para salvarle la vida, éste le injerta parte del cerebro del gánster conductor del auto que le atropelló. Cuando al poco tiempo el mad doctor se entera de que el finado bandido mantenía oculto el botín de sus fechorías, se dedica con ahínco a intentar despertar su alma, trasplantada al cuerpo de Ridges con el trozo de encéfalo.

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El proceso de posesión comienza paulatino hasta que se da la metamorfosis total, sobria, indicada por pequeños gestos que magistralmente componen un personaje completamente diferente bajo el mismo físico. Mutado en durísimo criminal, el bondadoso profesor elimina a sus antiguos compinches, entre los que se incluye un Bela Lugosi a punto de comenzar su particular descenso a los infiernos de las infraproductoras de Hollywood.

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 Karloff repite un personaje que durante estos años se le ofrece sin parar, el de científico extraviado y ambicioso. Puro arquetipo, su caracterización es maestra, aunque el auténtico recital interpretativo corre a cargo del habitualmente secundario Stanley Ridges, bordando un papel que le permite lucirse a gusto. Sabiamente, con gesticulación contenida y mirada de desamparo, transmite al espectador toda la perplejidad y horror de su situación, hasta que en el más puro estilo Mr. Hyde culmina las cada vez más frecuentes visitas del espíritu invasor. Perfecta mezcla entre el tono de serie negra y el terror macabro, Black Friday deviene título canónico, canto de cisne del fantástico de la Universal y de la buena estrella del infeliz Lugosi.

phantom_speaks_poster_01Un género semejante, que no precisa apenas trucos ni maquillajes y es susceptible de ser filmado en cualquier escenario sin gastos extra, forzosamente tiene que atraer a las productoras más humildes. La última vuelta de tuerca al tema corre a cuenta de Republic Pictures, la más rica entre las productoras pobres. En inusual alarde presupuestario se contrata para protagonizarla  a Stanley Ridges, que repite el papel que tenía en Viernes Negro y se convierte así en la estrella del subgénero. Exploitation facturada sin disimulo alguno, The phantom speaks (1945) tiene la fortuna de estar dirigida por John English, uno de los Reyes del Serial, capaz de insuflar vida contra viento y marea a cuanto trozo de celuloide se le ponga por delante.

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Ridges, familiariado con el personaje, es una especie de médium empeñado en contactar con el Más Allá. No se le ocurre mejor cosa que intentar una comunicación psíquica con un criminal al que van a matar en la silla eléctrica en el momento de su ejecución, con las consecuencias que cabe imaginar. El fantasma del gánster se le aparece cada dos por tres; merced a su superior fuerza de voluntad, hace suyo el cuerpo del infeliz vidente y cumpliendo con la costumbre de estos espíritus errantes, se lía  a matar a cuantos intervinieron en su arresto y condena.

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Hecha sin concesiones, el espíritu malo es aquí un verdadero sádico, casi un monstruo que por un pelo no estrangula a una dulce pequeña de rubios tirabuzones. English, apoyado en la interpretación firme y pulida de Ridges, mantiene durante toda la película un tono de tensión  y fatalismo que vienen como anillo al dedo a una historia no por conocida menos macabra. Y hasta estremecedora, que las apariciones del espectro hacen de este Phantom speaks la más cercana al terror puro de cuantas películas componen este ciclo de Almas Errantes, valioso e ignorado, que nunca resucitó desde que el abismo lo tragara…   

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Un Santo de verdad

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Complicados procesos de canonización, farsas de oro, hace la Iglesia para nombrar sus Santos. Aquí en el Desván, ya lo saben ustedes, también tenemos los nuestros, y otorgamos y retiramos tal dignidad a placer mayormente entre los adictos a la cultura popular, que para eso es el océano donde hace tiempo naufragamos. Entendiéndolo así, de Santo motejaron a uno de los nuestros, el Luchador Mejicano, y mucho antes a quien traemos hoy en nuestra ya larga selección de…

GRANDES PERSONAS CON BIGOTE: LESLIE CHARTERIS

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Este señor de mostacho francés, atildado y picarón, es Leslie Charles Bowyer Yin, nacido en Singapur, ciudadano británico conocido en el siglo como Leslie Charteris, el padre de El Santo. Criatura pulp de los años treinta, esencia y modelo del género, forma de hacer irrepetible cuyo tiempo se le adhiere como una segunda piel.

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Dicen de El Santo que es caballero y ladrón. Vivir como lo primero sí que se le ve desde su primera novela, Meet the Tiger (1928), que tiene mayordomo, viste como un dandy, conduce deportivos, seduce señoritas y lleva la vida regalada de tal; robar, la verdad, debe hacerlo entre novela y novela por aquello de mantener encanto romántico, porque lo que es ante el lector… El Santo es un vividor adinerado, autonombrado justiciero que despacha a quienes la policía no puede alcanzar. Jamás trabaja, viaja por Europa, juega en los casinos, se divierte con las mujeres, aprecia la comida y los licores, vive según su propia ética -en el fondo la del caballero andante de toda la vida, por heterodoxas que sean sus formas-, se enfrenta a enemigos a menudo marcados por alguna tara física, y no duda en enviarlos al otro barrio si la ocasión lo requiere. Es inglés hasta la médula y adora la ironía, los objetos refinados, el cinismo, los buenos modales y las medidas enérgicas; hombre de acción, desde el principio de cada historia tiene muy claro quién es el villano al que debe borrar del mapa.

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O sea, buena parte de las cualidades que engalanan años más tarde al Agente 007. El tono de las novelas, la voluntad de reflejar últimas modas, la atención exclusiva en la acción, los malvados grotescos, el sentir hedonista, la falta de escrúpulos y hasta algunas veleidades con la ciencia ficción convierten a James Bond en hijo putativo de El Santo. Héroes individualistas, la criatura de Charteris es más feliz porque no tiene jefe, un privilegio al alcance de pocos. Sus adláteres varían, moscones revoloteando en torno a su luz: una amiga más o menos constante que aparece y desaparece, un grupo de atolondrados patriotas que por fortuna no se prodiga en exceso, el Inspector Fernack, especie de Lestrade que le persigue y le admira,  un tonto forzudo y fiel… y millonarios, mujeres fatales, espías, rayos de la muerte, sectas ultraderechistas, chantajistas, buscadores de tesoros, damas en peligro, viles financieros, gangsters gordos y prestamistas delgados,  deliciosa fauna del pulp de la Edad de Oro que siempre adorna y nunca estorba.  

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Leídas hoy, las novelas son muy irregulares; cabe encontrar en sus muchos y enredados títulos -cada editor los ha bautizado como le ha venido en gana- iteración de la buena y de la mala, grandes hallazgos, tópicos atroces, historias rutinarias, emoción a raudales y un invariable encanto años treinta inocente y perverso. Otro día abandonaremos a Charteris, bon vivant como Simón Templar, y nos las veremos con Su Alteza Jorge Sanders, Santo perfecto empapado de nihilismo y caballerosidad en sus cinco gloriosas encarnaciones…

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