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La nave de los monstruos

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La nave de los monstruos. Director: Rogelio A. González. Con Lalo González «Piporro», Ana Bertha Lepe, Lorena Velázquez, Consuelo Frank. México, 1960

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Dicen que don André Breton, cuando visitó México allá por 1937, aseguró encontrarse en un país surrealista. A tanto no sé yo si llega la cosa, que está feo hablar sólo de oídas, pero que el cine de allí es altamente propenso al esperpento y la desmesura es cosa que no cabe poner en duda. De Buñuel a Federico Curiel, de Ripstein a Chano Urueta, de Luis Alcoriza a Gilberto Martínez Solares, todo es exceso, caricatura, humor feroz, deforme espejo, burlón descreimiento.

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Ha aparecido poco este cine por el Desván. Y no será porque no haya decenas de títulos del fantástico charro absolutamente memorables y dignos de admiración. Propósito de la enmienda hago, y les prometo ir reseñando por aquí en el futuro muchos más títulos del magnífico Mad Mex.

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Nada mejor para demostrarles lo que digo que empezar por esta pieza que tanto me ha alegrado este pasado fin de semana. Filme irresistible y representativo del desparpajo, sabiduría narrativa y perfecta eficacia es  una película como La nave de los monstruos. Harían mal en tomarlo a chufla, pues una cosa es tener, como tiene este filme, un sentido del humor rarísimo, bizarro y muy repopular, y otra muy distinta que te rías de lo mal hecho que está. No es el caso: aquí el resultado cuadra a la medida con las intenciones de sus autores, si eso no es conseguir hacer bien una cosa, que venga dios y lo diga.  Cual si una irreverente batidora se pusiera en marcha, todos los lugares comunes de la ciencia ficción de los cincuenta quedan reducidos a pulpa, grotesco reflejo de cuanto antes fueron.

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Con alegre desvergüenza desfilan ante los ojos del espectador, pasmado y agradecido, risibles monstruos de trapo, varias señoritas extraterrestres ligeritas de ropa, un robot de cartón piedra con bombilla en la testa, un marciano cabezón con cerebro al desnudo y hasta un cantante de rancheras que ejerce su oficio por los espacios cambiando sombrero charro por traje de astronauta. Si saben olvidar cualquier prejuicio y no les importa reírse hasta de su sombra no podrán menos que disfrutar con esta ejemplar parodia, que merced a su frescura y su candor alcanza cumbres de comicidad y desfachatez nunca antes vistas en la gran pantalla…