Charlie Chan´s secret. Director: Gordon Wiles. Con Warner Oland, Herbert Mundin, Rosina Lwrence, Charles Quigley. USA, 1936
Diez años llevo perorando, seis desde este rincón virtual, como para que todavía haya quien ignore el entusiasmo que en el Desván despiertan los ensueños del Cine Pulp. Y entre ellos, más que ningunos, los que constituyen largas sagas protagonizadas por personajes fijos, a ser posible provectos, correctos y engominados. Y de todos estos -que no son pocos, no crean- la devoción que se siente por aquellos caucásicos empeñados en hacerse pasar por chinos raya la obsesión. En otras palabras, que quiero mucho a Charlie Chan, Rey Sin Corona de los Asiáticos Impostados. Así que nunca está de más volver sobre él, si les gusta como si no, qué diantres!
Ayer emitieron por Canal Desván Charlie Chan´s secret, tan vigente hoy como en 1936 cuando se estrenó. Volver sobre este tipo de cine supone sumergirse en placeres ya conocidos, ejercer de nuevo el oscuro vicio de la iteración, clave de la narrativa de género que tanto nos satisface como muy bien expresara don Óscar Wilde con aquello de «en toda repetición hay un placer». El secreto de Charlie Chan no sorprenderá a nadie que conozca otras aventuras del detective devoto de Confucio: lo contrario sería defraudar cualquier expectativa razonable.
Como es norma en los filmes de la serie, este Secreto es un whodunit alambicado, adornado con esa parafernalia estética y argumental que tanto amamos: personajes excéntricos que siempre parecen ocultar algo, ambientes de alta sociedad, señoronas elegantes, mayordomos, damas de compañía y cadáveres que con su presencia rompen la confortable rutina. Trama que debe insertarse según manda el canon en un ambiente lejano para el espectador, sea la China, las casas de los ricos o el club de la élite, lugares tan inalcanzables como la luna o la Atlántida a efectos prácticos. Aquí es una mansión señorial hecha de sombras y maderas nobles por la que deambulan arquetipos diversos, escenario no por conocido menos estimado.
Asunto de herencias millonarias en torno a las que pululan un puñado de educados lobos acechando babeantes, aderezado por la afición de la señora de la casa a organizar sesiones espiritistas que le van como anillo al dedo a una mansión que hasta demonios tiene labrados en el dintel de la puerta principal. Old dark house de iconografía gótica, con paredes que se abren para dejar asomar manos que arrojan cuchillos, un sirviente desabrido y siniestro llamado Ulrich, que es nombre como muy de miedo, un mayordomo miedica que con sus tontunas alegra la fiesta -el siempre grato Herbert Mundin– y una médium fraudulenta y lánguida provista de tablero de ouija y muerto apuñalado, elementos tan propios de su oficio.
Y un montón de cosas que agradecer: Warner Oland humilde y perseverante recitando proverbios chinos, una dirección ajustada y eficaz de aquellas que pasan sin dejarse notar, la ausencia de cualquiera de los hijos medio lelos del detective con su eterno humor mala pata a cuestas, una fotografía precisa y sombría (a cargo de Rudolph Maté) y un sentido de la maravilla que todavía hoy late bajo cada uno de sus fotogramas. Cine honesto y puro, sencillo, que no simple, del que nunca cansa por más años que se le echen encima…