
Les mystères de Paris. Director: André Hunebelle. Con Jean Marais, Raymond Pellegrin, Dany Robin, Jill Haworth. Francia, 1962
No achaquen mi prolongada ausencia, se lo ruego, a haraganería, sino al tráfago en que nos sumerge el mundo moderno del que a veces resulta complicado poder escapar. Expuesto el arrepentimiento y hecho propósito de enmienda, vayamos a lo que toca que es una hermosa muestra de Cine Folletín, tardía, preciosista y ortodoxa como pocas, pues está basada en el clasicote por excelencia Los misterios de París del simpar Eugenio Sue, uno de los más afamados representantes de la novela por entregas decimonónica, mamá del folletín del siglo XX que tanto nos gusta.
Prima en la novela por entregas de Don Eugenio Sue el melodrama llevado a extremos superlativos. Mundo maniqueo de malvados ricachones que persiguen niñas mientras oprimen a los obreros y asesinan a sus rivales, de desgraciadas muchachas abandonadas al piélago de la vida, de seráficos trabajadores que sobrellevan honrados su miseria, de mendigos astrosos y crueles ávidos de mancillar con su suciedad cuanto se les ponga por delante. El folletín moderno, el de los veinte y treinta del que tantas veces les he hablado, sustituye buena parte de estos alardes lacrimógenos por acción pura sin desdeñar del todo la tragedia, que siempre queda vistosa.

Las formas de Sue hace tiempo que están en desuso en 1962; epítome de lo rancio y parodiadas hasta la extenuación, es insólito y por eso aún más digno de alabanza que el director francés André Hunebelle se empeñase en llevarlas a la pantalla en un momento crítico en que el cine de género está abandonando viejos predios, adaptándose a tiempos más descreídos para poder sobrevivir. El western muta en spaghetti y la aventura de época abandona definitivamente Hollywood para sobrevivir unos años más en Europa.

Don André es director de género al modo clásico, sin distanciamientos formales ni escépticas ironías; para cuando comienza Los misterios de París ya cuenta con el éxito de El jorobado (1959), delicioso filme de espadachines ortodoxo a machamartillo, y de El milagro de los lobos (1961), donde una vez más su actor fetiche Jean Marais es el paladín, en esta ocasión muñido de yelmo y armadura. Concibe el cine como gran espectáculo, generoso en medios, con puesta en escena orgullosamente artificial, donde el color es elemento dramático y la meta a alcanzar una estética perfeccionista hasta lo relamido. Rococó cinematográfico de primer orden, de aquel que tan nervioso ponía los representantes de la nouvelle vague.

Los misterios de París es muestra ejemplar de su estilo. Acorde con el mundo maniqueo que retrata evoca una ciudad de lujo, con cientos de elegantes bailarines, millonarios ociosos, sombreros de copa, faldas volantes y candelabros de oro, iluminada por colores vivos y chillones. En contraste moral emerge otro París oscuro hecho de callejones de basto ladrillo, monocromo, sin los dorados y oropeles del primero. Habitan en él los pobres, malos, sucios y desdentados unos, pacientes hasta la santidad los otros. Por medio, un burgués codicioso y traidorzuelo y un aristócrata desprendido y valiente que no duda en mezclarse con el pueblo para ejercer de defensor de niños infelices y niñas desamparadas.

Si gustan como yo de las urdimbres exageradas y caducas del viejo folletón este es su filme. Pura hipertrofia sentimental en la que no falta ni un solo lugar común, desde el libidinoso rico que persigue a la pobre huerfanita al marqués noble y viril que procura aliviar la miseria del obrero. Espectáculo visual apabullante, delicado y excesivo como una tarta de nata, lo único que se echa en falta es un humor que brilla por su ausencia. Mas hay, a qué quejarse, profusión de puñetazos y pistolones, bajos fondos, tabernas subterráneas, trampas mortales, hartura de viciosos, bailes de sociedad y hasta antifaces… Elementos sobrados para que el cine de Don Andrés merezca un lugar reservado en el corazón de las extrañas gentes que frecuentan el Desván…