
IL DISCO VOLANTE – Director: Tinto Brass. Con Alberto Sordi, Monica Vitti, Eleonora Rossi Drago, Silvana Mangano. Italia, 1964
Quién me iba a decir a mí que un señor moderno como Tinto Brass, aparentemente tan contrario a este Desván circunspecto y rancio, iba a aparecer algún día por estos pagos. Y sin embargo aquí está, con uno de los primeros filmes transalpinos de ciencia ficción, comedieta, sí, pero al cabo de marcianos y platillos. Después de estos días pasados trufado de virus informáticos y de los otros, que me han impedido venir con ustedes, les traigo hoy un Festival Alberto Sordi, ese icono sacro de lo italiano tan cercano a lo nuestro que a veces hasta llega a confundirse. Y por partida cuádruple, pues encarna en este Disco Volante a cuatro personajes nada menos, desde el carabinero de bigote al cura borrachín, pasando por el contable con ínfulas de escritor o el mariquita hijo de una condesa. A ver quién da más.
Comienza este filme curioso y singular, rodado en plena fiebre UFO, como si fuera un documental con el Iker Jiménez de turno entrevistando campesinos de la Italia profunda acerca de sus avistameintos de marcianos. Niñas que tanto ven alienígenas como a la Virgen, contables que despotrican de Moravia, Pasolini y los demás «intelectuales de Roma», cansadas mozas que trabajan como animales de carga, todos, excepto las fuerzas vivas, han tenido experiencias con extraterrestres. Novedad sideral a la que acogen entre la curiosidad y la desconfianza, como a los jipis, los turistas, el pop o cualquier otro síntoma de la vida moderna que los sesenta traen imparables.
Y es que de eso va esta comedia negruzca de miseria y picaresca, de ristra de cebollas y trajes espaciales, casinos de aldea y extraterrestres apolíneos. Costumbrismo rural ignorante y prejuiciado contra marcianos que representan la indeseada novedad. Alienígenas utilitarios, a quienes se les da de garrotazos y se les lleva a vender en motocarro, incluida una marcianita de trasparente busto que enciende las pasiones de la aldea entre carnavales y rebaños de ovejas. O se les tira a un pozo alegremente como a los forasteros al pilón, en la mejor tradición bárbara del agro latino.
Dosis recurrentes de sexo, de la mano de bellezones como las señoras Vitti y Mangano, salpican la acción, llena de personajes medio salidos o salidos y medio, tan típicos de las comedietas que pronto han de llenar las reprimidas pantallas de calzoncillos, sostenes y mariquitas tanto aquí como en Italia, con don Alfredo Landa como representante más conspicuo. Acompañan en proféticas maneras los modos fílmicos de Brass, con esos zooms y travellings mareantes que prefiguran locuras venideras, disimulando un poco el ritmo algo torpe de esta historia llena de buenos momentos y contada como a trompicones. O será que a mis años no estoy acostumbrado yo a tales moderneces. Curas de sotana y astronautas de pantalones de plástico, o cómo reírnos una vez más de nuestros lastres. O de los de los italianos, qué más da, hermanos como somos en latino escepticismo y subdesarrollo…
