IL DEMONIO. Director: Brunello Rondi. Con Daliah Lavi, Frank Wolff, Anna Maria Aveta, Dario Dolci. Italia, 1963
Menudo mal cuerpo traigo después de ver esta obrilla maestra. Y eso que es moderna, de 1963, aunque lo que sale bien podría pertenecer al siglo XII. O al XII de antes de Cristo, lo mismo da. Cuenta un suceso de brujería y endemoniamiento; retrata un mundo real trascendido, incomprensible, despóticamente gobernado por lo invisible. Está entre nosotros y se compone de delirios católicos y resabios paganos, universo donde los hombres son esclavos siempre dispuestos a dejar pisotear su dignidad. Ya se lo he avisado: se me ha puesto un humor muy raro, que no este filme al uso en ninguno de los sentidos.
Para empezar, no está basado como es norma en una novela, un relato o cualquier otra ficción. No, se inspira nada menos que en una investigación antropológica realizada en el sur de Italia -nuestro semejante- a finales de los años cincuenta. En ella estaba incluida la historia de una bruja, triste, pobre y desdichada como cuantas han sido, sórdida como pocas, atosigante. Tanto más porque aquí la cámara actúa como notario registrando fríamente hechos, como el espejo al borde del camino que decía el francés del síndrome aquel. Sucesos que incluyen un exorcismo, varias hechicerías, rituales extraños y terrores de estampita, más eficaces que nunca al estar rodados sin alharaca alguna.
Esas casas viejas encaladas, de paredes rugosas adornadas de alguna herramienta, un cesto, dos azadas y estampas de cristos sangrantes, vírgenes extáticas y santos llagados; hechas de una miseria centenaria, de toneladas de ignorancia, de mil y un rituales tendentes a dominar unas fuerzas invisibles prestas siempre a interferir la existencia. Procesiones, rezos colectivos, penitencias grotescas, iconografías dolorosas de puro crudas, de las que nos muerden porque las sentimos muy recientes, como de aquí al lado. Ahítos de ignorancia y empapados en superstición, lo de menos es que sea el cura, el fraile o el santón quien guíe las ovejas. El demonio es el que en realidad domina a todos ellos.
En ese mundo que es el nuestro y no lo es vive Puri, una chica caliente y desdichada, analfabeta y bruja, que hace sortilegios de amor con tijeras, con cenizas, con pelos, sangre y hostias consagradas, cosas de las que dan mucha grima. Poseída por el fuego del anhelo marchito, deambula con los ojos desorbitados, convulsionándose, sufriendo exorcismos, andando al revés a cuatro patas como la niña de El exorcista. Puro sexo de la cabeza a los pies, carne palpitante consumida que no se doma ni con los palos que generosamente le atizan parientes y paisanos, que son precisamente los que dan más miedo en este filme, esa gente normal tan dispuesta siempre a reintegrar al díscolo al rebaño: el Mal con mayúscula.
Rodada sin estridencias ni efectos, con encuadres de una sobriedad que escalofría en escenarios naturales sin disfraz alguno, con auténticos aldeanos ejerciendo de tales. Al frente, una prodigiosa Daliah Lavi, sensual y atormentada, y el habitual del spaghetti western Frank Wolff. Un clásico desconocido del cine de miedo, si es que tal etiqueta le cuadra, de obligada proyección en toda catequesis que se precie…