Archivo de la categoría: Cristianizando a palos

Julio a palos – 3º – Don Valentí y los marxistas

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A lo mejor algunos de ustedes se acuerdan de Don Valentí Castanys, colaborador durante mucho tiempo del TBO, autor de los que como dijo Batllorí Jofré, «dibuja en catalán», hijo de la línea primigenia abierta por Joan Junceda y creador de L´avi del Barça desde las páginas de El Once y El Chut, dos populares semanarios deportivos. Un autor sabio en la composición, de línea sintética y precisa, segura, de aquellas que son capaces de hacer pasar al universo entero a través de su propia mirada.

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Don Valentí forma parte del amplio grupo de autores catalanes de derechas refugiados durante la Guerra en San Sebastián; Serra Massana, Canellas Casals o Mercé Llimona son otros de los que coincidieron en ese exilio. Todos ellos se pusieron a colaborar -hay que comer- en el semanario infantil Pelayos, editado por la Comunión Tradicionalista, o sea, los carlistas, quintaesencia de la carcundia más ultramontana.

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Tebeos, sabrán ustedes, se siguieron editando durante la Guerra: Aventurero, Mickey, Pocholo, Pulgarcito o el mismo TBO apenas acusaron en sus páginas la realidad bélica, menos aún la propaganda. Todo lo contrario que Pelayos: de cabo a rabo era vocerío político, consigna clerical, ríos de agua bendita mezclada con sangre. Con sangre de la Otra España, claro, de la que estaba enfrente ideológicamente. La publicación rebosaba mala baba, pero hay que reconocer que gracias a las colaboraciones del grupo catalán su nivel artístico era bastante bueno.

Bueno y venenoso; había que comer, decía, pero de colaborar en el Pelayos sin más al  virulento entusiasmo  exhibido por Castanys media un abismo. Vean si no a sus milicianos monstruosos, a los inhumanos fantoches republicanos, al mismísimo Franco elevado a la categoría de Dios Sol. Por no faltar, ni el antisemitismo falta.

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Dibujos hechos de odio que odio enseñan. Sencillos, coloristas, atractivos, como la misma pasión cainita que tanto nos ha seducido siempre por estos pagos…

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El fantasma de Fátima

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Se acordarán de sobras ustedes de los cuentos troquelados, aquellos para lectores incipientes que fueron primera exposición a la estética para generaciones de españoles: la ratita con la escoba de Ferrándiz, el astronauta infantil, versiones cutres de Caperucita, Blancanieves o cualquier otra criatura exenta de copyright o, por qué no, la mismísima Virgen de Fátima. Cuentos de grafismos a menudo  estomagantes, sin menoscabo al mérito técnico que acompañaba tamañas cursilerías. Hoy les acerco este bizarro ejemplar, muy a tono con el retorno al nacional catolicismo auspiciado por nuestras más altas autoridades, una cosa que parecía, ay, agua definitivamente pasada…

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No acaban de entenderse las intenciones del editor al seleccionar esta historia. Incluir a la Virgen de Fátima entre el Sastrecillo Valiente, Aladino o La Cenicienta parece más sutil mensaje ateo, o cuanto menos heterodoxo, que voluntad de fomentar la fe en lo inverosímil que guía a presbíteros y clérigos: por fin un arrebato de sinceridad, aunque sea a su pesar. ¿Se deberá a ello la referencia a las «almas candorosas» que creen aunque no vean que contiene el texto de la página de arriba?  

Los dibujos de José Tello, tan correctos como poco brillantes, no tienen desperdicio, entre esos niños pasmados y rollizos, la barba sospechosamente luciferina del incrédulo alcalde, la espectral (in)corporeidad de la Virgen o ese planeta estrangulado por las cuentas de un rosario que aparece en la última página.

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Como cuento, la verdad, es de lo más enfermizo que a un niño pueda dársele. La suerte de los pastorcillos, muertos en la niñez o encerrados en un convento de por vida, no cabe ser más siniestra; el sol danzante es un clásico del pavor que acompaña toda manifestación divina por lo menos desde tiempos de Amón Ra; las recomendaciones de la Virgen, rosario y penitencia a perpetuidad, carecen de atractivo para cualquier mente en su sano juicio… y qué me dicen del críptico cerdo que enmarca, retorcido, el índice de la colección? Todo un misterio, de los que dan muy  mal rollo.