
SEGUNDO LÓPEZ, AVENTURERO URBANO
Director: Ana Mariscal. Con Severiano Población, Ana Mariscal, Martín Ramírez, Tony Leblanc. España, 1953
Recién arribado, viva aún en la piel la nostalgia del Paraíso Perdido, pleno de buenas intenciones de aquellas que empiedran el camino del infierno… el Abuelito ha regresado!! Y lo hace de primeras con un filme que ayer pasaron en Canal Desván, clásico casi oculto del cine español que, no se engañen, sin sangre ni muertos mete miedo del chungo, y que aunque no contenga puñaladas ni persecuciones resulta aventura de principio a fin. Título más que interesante por su voluntad heterodoxa respecto al cine facturado por entonces en aquella España del Tío Paco que el tópico tan machaconamente repetido manda grisácea e incolora.

Es Segundo López filme de aventuras con héroe acompañado de niño, como Tarzán y Boy o Roberto Alcázar y Pedrín, lanzados con lo puesto a los pleamares de la vida, que diría doña Aghatha . Llegado a sus cuarenta y siete años desde su Cáceres natal hasta Madrid, Segundo encuentra allí al golfillo Chirri, que le introduce en su peripecia urbana. Camino iniciático jalonado de miseria, espejo de pobreza material y espiritual. Como buen héroe, el analfabeto Segundo no piensa sino en salvar a su dama -una Ana Mariscal enferma de hambre y penuria-; como tal, nunca logrará adaptarse a una sociedad inclemente y cruel; como español, responderá con nobleza, ignorancia y hoscos modales las situaciones a las que su mala cabeza le lleva cada dos por tres.

Trasuda este aventurero urbano miseria por los cuatro costados, la de su tiempo mismo: un Madrid inhóspito de cascote y desconchados, de tugurios roñosos y explotación feroz, de personajes castizos moldeados como su tiempo por la aspiración única de la supervivencia en una jungla hostil no apta para el sentimentalismo, característico tanto del protagonista como de buena parte del cine patrio del momento. Y es que si no fuera por esa pátina de ligereza y amabilidad hoy desfasada y algo cursi, difícilmente hubiera pasado la censura un filme como este, que más allá de cualquier etiqueta muestra bien a las claras las carencias e injusticias de un tiempo inclemente, visión desesperanzada y cruel en las antípodas de la España oficial querida por el Régimen.

Viven Segundo y Chirri entre pensiones astrosas de paredes encaladas que se deshacen y despensas cerradas con llave, cuando no entre ruinas al fresco calentando sus harapos a base de hogueras y vino, alimentados de ignorancia y tabaco. En su descenso a los infiernos trabajan como portabultos, aparcacoches, recogecolillas y otros oficios hambrunos, como sucedía en aquellos otros dos clasicotes, Surcos (1951) y Mi tío Jacinto (1956) con los que este de doña Ana Mariscal puede hermanarse sin empacho. Niños que toman coñac a chorro, vendedores de cigarritos sueltos, ancianas aficionadas al habano y al espiritismo, bebedores de aceite de girasol a falta de otra cosa para calmar la gazuza: un Madrid muy pero que muy lejos del cantado por las instancias oficiales de cualquier tiempo y lugar, a contracorriente de todo y de todos, que aún hoy gusta bien poco el celuloide que desvela nuestras miserias.

Aventura hecha de voluntad -la de doña Ana- y vagabundeos -los de sus héroes-, sin principio ni fin, eterna como la vida, aunque sea urbana y al cabo tan cercana todavía…
