Archivo de la categoría: Bilis y truculencia

Los inicios del terror cañí

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1969. Anteayer, como quien dice; una fecha, en todo caso, casi indigna, por reciente, de aparecer en este Desván. Toca pues lo primero pedirles perdón por traer asuntos que cuentan tan solo con cuarenta y cinco años de antigüedad. Y luego justificarse: si viene hoy a visitarnos Dossier Negro es por tratarse del tebeo de miedo que inaugurase la ola de terror cañí que recorriera los kioscos en sus adorados -y mis execrados- años setenta. Y en esta casa la cosa de las raíces y los orígenes nos gusta más que comer con los dedos, ya lo saben ustedes.

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Publicado en aquel feo formato de «taco», con ciento veintiocho páginas de Novela Gráfica para Adultos (como los soso tebeos de ahora, solo que más baratos y con menos pretensiones), contenía el Dossier Negro de 1969 material de agencia, obra en su mayoría de autores de por aquí, que practicaban un terror macabro de tripa y degollina sin apenas atisbos de sobrenatural. Normal, en un país amamantado por El Caso y otros mefíticos periódicos de sucesos. Las portadas de Martí Ripoll aportaban entonces un aire de novedad que no tardaría en ser imitado hasta la náusea.

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Psicópatas, Poes enfermizos, niños muertos, jeringas, dentelladas, crímenes atroces salpimentaban sus páginas. Más tarde, de la mano de la misma editora, comenzarían a publicarse las historietas americanas de Warren en títulos como Vampus y Rufus y aquello ya fue el acabóse: siguiendo su estela cien mil y un subproductos poblaron los kioscos de sangre, mal gusto y atentados estéticos. A los que el tiempo, mira por dónde, ha acabado por otorgarles una gracia que en su origen para nada tenían…

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Julio a palos – 1º : Yo fui feliz en la guerra

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Comienza hoy el mes de Julio, nietales, y los viejos no podemos sino temblar. De recordar aquel día 18, hace un porrón y medio de años, en que comenzase el más colosal y salvaje festejo que la sufrida península haya visto. Degollina colectiva de personas y valores que sigue hoy marcando, ay, un Antes y un Después. Como quiera que ya se encargarán las partes interesadas, todavía en activo, de conmemorar la matanza y el olvido, aquí en el Desván vamos a dedicar este mes enterito a celebrar nuestra castiza Guerra Civil. De la mano de la cultura popular, según es costumbre de esta casa.   

Como lo nuestro no es ni de lejos aquel cine cabezón, aburrido y elemental que tantas veces ha tenido la Guerra por escenario, ni las proclamas y dogmas de un signo u otro, ni aquellos relatos lavadores de derrotas y conciencias, elementales las más de las veces, lo haremos a la manera del Abuelito: con humor y con chufla, que siempre fue la risa negra patrimonio de la España más eterna y descreída.

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San Rafael Azcona, nuestro padre San Francisco (de Goya), Quevedo, el Summers de La niña de luto, Gutiérrez Solana, Luis Carandell. Maestros del humor ese de calavera y descreimiento, irreverente y macabro tan propiamente nuestro. A la cabeza de todos estos genios pongo yo a Chumy Chúmez: no me miren como a hereje y piénsenlo bien: nadie tan constante como él a la hora de fotografiar siempre, cual espiritista, la sombra de la huesuda que a todas horas acecha. Y sin asomo de tristeza, moralinas ni lecciones: la cosa tal cual es.

Cuenta Chumy en este libro breve y prodigioso de su infancia en la Guerra como niño evacuado de uno a otro frente, siempre bajo las bombas, habitante de hogares colectivos, requisados, ajenos. Crónica de una primera visión del mundo, hecho, como todos sabrán, de felicidad y horror indisociables. Y en su caso también de muertos cotidianos. La foto del cadáver de su hermanito hidrocéfalo que preside su cama, la del amigo abatido en el frente, un cielo familiar perpetuamente iluminado de fuego, cabezas de señora que mutan en juguete, ruinas, sangre e infantil regocijo.

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Una prosa de puñal y carcajada, sencilla como manda el relato, va desgranado la peripecia en la que igual se cuenta del descubrimiento del sexo que de la festiva quema de una iglesia o de tu casa incendiada por la aviación. Sin quejas, apretando los dientes, obligada la risa, «saboreando el placer de contemplar la muerte de otro».  Entre el estruendo de «la guerra en la que participan todos pero que solo quieren unos pocos» y las voces temibles de un santoral hecho de miedo y mentiras, como todos los santorales.

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Del arte de Chumy ni les comento que su grandeza salta a la vista. Si admiran su dibujo, sepan que su prosa está nada menos que a su misma altura. Un libro feliz, imprescindible, crónica fiel de esa patria única que dicen es la infancia…

Sangriento TBO

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En principio fue la sangre. No hay cosa que salga del caletre de un humano que no haya de ser fundada sobre la sangre. Patrias, religiones, epopeyas, nuevas ciudades, heroísmos, revoluciones, conquistas, banderas o cantares de ciego: sin sangre no son nada. Así que no es de extrañar que su derramamiento sea consustancial al concepto de aventura, y como tal se muestre generoso en todas sus manifestaciones. Sin violencia contra el prójimo no hay relato genérico, qué le vamos a hacer; una gran verdad que han aplicado cuantos cultivadores de los medios de masas en el mundo han sido.

en principio fue la sangre_0014 No cabe extrañarse, pues, que tal ocurra en una publicación siempre tenida por epítome de inocencia como es el TBO. Por lo menos en sus años iniciales, cuando visto el éxito del semanario nacido en 1917, la casa lanzaba a su arrimo nuevas cabeceras como esta que les traigo hoy por aquí, primeros cuadernos de aventuras nacionales, modestos y llenos de toscas emociones: las Historias y cuentos de TBO. Hacia 1919 aparecieron estas tempranas trasposiciones en imágenes de los universos del cuento, el folletín y el romance de sangre e hígados.  

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Apuñalamientos, gentes quemadas vivas, niñas humilladas, tiros en la sien, crímenes sin reparo ni tino alguno, azotes, decapitamientos, espadas que hunden cráneos y sangre derramada profusamente. De nada falta en estos primitivos tebeos, que con los niños de entonces no se tenía tanto remilgo como con los de ahora, insertos en artificial burbuja de dulzor de la que se despierta de golpe y porrazo en la adolescencia con el consiguiente desconcierto.

Arte sincero, primitivo, verdadero. Complázcanse en mirar bien las imágenes, que no son de las que se ven todos los días.

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De la épica de la matanza a la violencia muy española del tiro de escopeta y el despanzurramiento rural, pasando por la guerra contra el moro, esa constante que hace tantos siglos nos acompaña como perro tirano y fiel.

Ignoro el nombre del autor de la mayoría de los dibujos -estos dos últimos de arriba son del grandísimo Manuel Urda-, que firma con una especie de M invertida, o con una W doble tal vez. Seguro que entre ustedes hay algún sabio capaz de desvelar el enigma…

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