1969. Anteayer, como quien dice; una fecha, en todo caso, casi indigna, por reciente, de aparecer en este Desván. Toca pues lo primero pedirles perdón por traer asuntos que cuentan tan solo con cuarenta y cinco años de antigüedad. Y luego justificarse: si viene hoy a visitarnos Dossier Negro es por tratarse del tebeo de miedo que inaugurase la ola de terror cañí que recorriera los kioscos en sus adorados -y mis execrados- años setenta. Y en esta casa la cosa de las raíces y los orígenes nos gusta más que comer con los dedos, ya lo saben ustedes.
Publicado en aquel feo formato de «taco», con ciento veintiocho páginas de Novela Gráfica para Adultos (como los soso tebeos de ahora, solo que más baratos y con menos pretensiones), contenía el Dossier Negro de 1969 material de agencia, obra en su mayoría de autores de por aquí, que practicaban un terror macabro de tripa y degollina sin apenas atisbos de sobrenatural. Normal, en un país amamantado por El Caso y otros mefíticos periódicos de sucesos. Las portadas de Martí Ripoll aportaban entonces un aire de novedad que no tardaría en ser imitado hasta la náusea.
Psicópatas, Poes enfermizos, niños muertos, jeringas, dentelladas, crímenes atroces salpimentaban sus páginas. Más tarde, de la mano de la misma editora, comenzarían a publicarse las historietas americanas de Warren en títulos como Vampus y Rufus y aquello ya fue el acabóse: siguiendo su estela cien mil y un subproductos poblaron los kioscos de sangre, mal gusto y atentados estéticos. A los que el tiempo, mira por dónde, ha acabado por otorgarles una gracia que en su origen para nada tenían…