
THE SECRET GARDEN
Director: Fred McLeod-Wilcox. Con Margaret O´Brien, Elsa Lanchester, Dean Stockwell, Herbert Marshall. USA, 1949

Me suelen gustar estos filmes que no son fantásticos y sí lo son, que no son de miedo y sí lo son, que no son góticos y acaban por serlo más que ningún otro. Y si tratan del paraíso y la pesadilla de la infancia, mejor que mejor. Tema peliagudo que en raras ocasiones cuaja bien -pienso en las ejemplares La maldición de la Mujer Pantera o La noche del cazador-; hombre, este Jardín secreto no llega a su altura, pero resulta a veces tan sugerente como aquellas obras maestras. Cuento gótico antes que nada, que respeta todos y cada uno de los amados lugares comunes: mansión hecha de sombras donde una joven -una niña aquí- pasea perdida candelabro en mano; crímenes añejos, funestas sospechas, llantos y voces en la noche, lacayos y señores de atormentada crueldad.

Margaret O´Brien, huérfana y con doce añitos, marcha desde la India a vivir a la soltaria mansión de su tío, llena de torreones, oscuridad y misterios. Nuestra actriz infantil predilecta se encuentra allá perdida en medio de personajes hostiles encarnados por un reparto de quitar el hipo: la novia de Frankenstein Elsa Lanchester componiendo su habitual papel de risueña chiflada; el niño prodigio Dean «Kim» Stockwell haciendo de paralítico, muchos años antes de ponerse a cantar como un pervertido en la moderna Terciopelo azul esa que les gusta tanto; Herbert Marshall, el del rostro eternamente grave, como señor cuasi vampírico del castillo; y hasta el gran George Zucco ejerciendo de ángel bueno, al revés de lo que nos tiene acostumbrados.

Canónico cuento gótico, ya digo, donde del candelabro a los corredores inmensos y voraces, de la casa en los pantanos al paisaje de madera y escaleras, todo deviene elemento narrativo. Deambula Margaret por la mansión conociendo a otros niños frágiles y tristes, infelices como las criaturas del dibujante Edward Gorey. Un enorme jardín de setos recortados, claramente Otro Mundo laberíntico y versallesco, dará la clave a los infantes para culminar con éxito su peripecia. Un viaje iniciático -de la India a Inglaterra, del lecho de enfermo al exterior, de la tiniebla a la luz como está mandado- en el que deberán apurar hasta el fondo la copa de hiel antes de volver a nacer transformados en un nuevo ser.

Y es que en los mejores momentos este Jardín deviene onírico y hasta metafísico, permitiendo una suerte de lectura oculta por elemental que sea, un poco como en aquel precioso cuento de H. G. Wells, La puerta en el muro, en el que el protagonista traspasó una vez una puerta que daba paso al paraíso, sin poder nunca más volver a encontrarla. También aquí la clave de la salvación la da un jardín abandonado y renacido tras diez años cerrado a cal y canto, único espacio en que el color estalla haciendo aún más oscuras las amenazadoras sombras precedentes. Cuervos, zorros, animales que allí casi hablan con las personas, conexión con el alma de la naturaleza que acompaña toda gnosis, toda revelación.

Historia de pecado, purga y redención contada con la adorable estética expresionista del cine de terror clásico, no es El jardín secreto filme absolutamente redondo al no conseguir mantener del todo el aliento mágico que la historia requiere. Del todo, he dicho: no por eso deja de respirarse durante buena parte del metraje -lo que en sí es ya un prodigio-, por más que un final feliz algo precipitado haga fácil concesión al empalago y el lagrimón, fuera de lugar en historia tan excelsa. Delicatessen más que recomendable, desde luego, sobre todo para aquellos que van al cine intentando atisbar en las pantallas retazos de aquella Otra Realidad siempre tan esquiva…
